Déjame correr. Libre. Libérame de la gruesa cuerda que me ata a tí: tú me sujetas vigorosamente, yo tiro manchando de sudor mi vieja camiseta. Me empieza a faltar el aire. Grito.
-Quiéreme,
me susurras al oído, pero mis tímpanos ya no sienten tu voz. Te creo lejos, más allá de donde la vista puede alcanzar. Todo es frío a mi alrededor... pero sigues ahí, a dos centímetros de mis labios que no te quieren tocar más.
Pero la cuerda se desgaja, al fin. Aún nos une un hilo dorado que te llena de esperanza y a mí me sume en la agonía. Sólo tú puedes cortarlo e ir a buscar otra manera de creerte pleno y feliz.